Sunday, December 27, 2015

Y fue así como me teñí la barba

Tengo la barba de color negro azabache, teñida, obviamente. Recién ahora que veo el cambio de color me doy cuenta que la tenía de un color gris opaco, triste y salpicada de canas. Por eso cada vez que me afeitaba me decían que me quitaba muchos años de encima. Según creía, eso no me importaba. Llevar la barba descuidada era un simple hecho de practicidad, afeitarse a diario es un martirio y yo solo estaba siendo práctico. Afeitarme tampoco era un tema de vanidad, ¿cómo iba yo a ser vanidoso?. El asunto de tener una barba triste, era precisamente una muestra de todo lo contrario. ¿Experimentar vanidad yo?. ¡Jamás!. Y qué hay del complejo de sentirme viejo, ¿algo de eso acaso?. Nada, ni un poquito. Precisamente las canas eran la mejor prueba de que yo llevaba la vejez con dignidad. ¿Algún miedo tal vez?. Ninguno, yo me creía un tipo desapegado, casi casi más allá de la experiencia humana. Yo estaba más allá de todo eso. No me permitía superficialidades, ¿cómo iba a ser?. No se suponía que luego de tanta terapia y tanto taller de auto-conocimiento y meditación debería haber superado traumas y complejos y debería estar mucho más arriba de todo ello. Si pues, eso creía yo. 

Pero la vida es sabia y me ha hecho entender que yo no me voy a iluminar en esta vida, no pues, los altares no son el sitio que me corresponde a mí. Haber hecho esta afirmación me saca de encima una enorme responsabilidad, la tarea de iluminarme ha salido de entre mis pendientes de vida. Y eso de estar más allá de miedos, de traumas, de complejos y flotar como un ser desencarnado y desapegado de todo lo mundano, no, eso tampoco es algo que me corresponda. Si la vida fuera una gran fiesta, a mí no me tocaría el estrado, ni tampoco el salón principal de los invitados. A mí me tocaría estar en las áreas de servicio, atendiendo, sirviendo, viviendo. Descubrir eso me ha hecho más humano y con la mirada más dirigida a la tierra. Reconozco claramente el miedo que siento luego de haber atravesado la mitad de la vida, no es precisamente miedo a morir, pero si miedo a decaer, a perder habilidades, a perder fuerza, a perder alegría, a tener una vida con una barba triste. Reconozco mi angustia por sentir que la juventud me abandona, algo contradictorio porque es ahora que me siento más libre y más capaz que nunca en la vida, pero es precisamente tanta libertad la que me angustia y tanta auto-exigencia de mostrar resultados correctos, porque se supone que a estas alturas debería haber aprendido algo, ¿no?. Reconozco en general que soy humano, que tengo fallas, que soy débil y que gracias a todo eso es que no estoy en el cielo, sino que estoy aquí en la tierra para cumplir mi misión, para servir. Una vez que entendí que todas estas supuestas debilidades jugaban a mi favor, decidí que mejor sería si jugáramos en equipo. Así que agarré todas mis "flaquezas" y decidimos ponernos a jugar a la barbería y fue así como terminé con la barba de color negro azabache, gracias a un largo y tedioso proceso de teñido que probablemente no vuelva a repetir, eso aún eso no lo sé. Mi enorme flojera me estaría impidiendo repetir la experiencia, es mucho trabajo la verdad, sin embargo mi vanidad está tomando fuerza luego de ver los resultados frente al espejo. Si claro, la vanidad también se unió al grupo. En general todas las características humanas están incluidas, ninguna se excluye, todas son bienvenidas y celebradas, porque es precisamente gracias a ellas que puedo estar con los pies sobre la tierra y no flotando por los aires.

Ahora camino feliz por la vida con una barba juvenilmente negrita, de un negro chivillo diría mi abuela. La llevo como un signo de mis miedos, de mis complejos, de mis traumas, de cómo celebro mi humanidad imperfecta, de cómo juego con mis supuestas debilidades y cómo es gracias a todo eso que soy más humano y más aterrizado en la tierra.

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Tuesday, November 24, 2015

Un Domingo Solidario con las Hermanas Reparadoras

Participar en el 3er Domingo Solidario que organizan las Hermanas Reparadoras ha sido una experiencia gratificante, enriquecedora, movilizadora y profundamente humana. Conocía del trabajo que ellas realizan y aunque me habían invitado en ocasiones anteriores recién esta vez pude asistir. La invitación era breve: participa con nosotras en la construcción de una casa en las alturas de la Ensenada (Puente Piedra). Cuando acepté la invitación creía que era yo el que ayudaría a alguien, para pensar así había generado una división, por un lado estaba yo, quien era capaz de ayudar y por otro lado, quien necesitaba de la ayuda. Por una parte es real, existe esa división, pero también existe algo que es común y que une ambas partes, ese algo que solo vine a descubrir ese mismo día, mientras cargaba la arena y las piedras, es decir, allí mismo en la acción solidaria. Comenzamos el día tomando desayuno juntos, comíamos rico mientras recibíamos a los que iban llegando, todos con el mejor espíritu y la mejor disposición. Yo no conocía a la mayoría, pero el que tuviéramos una tarea común nos hermanaba, cuando menos por ese día, así que los saludos desde un inicio eran fraternales. Sintiéndome alegre de ayudar y acompañado de las mejores personas nos pusimos manos a la obra, subimos por un camino de pista asfaltada y aún sin veredas, seguimos subiendo hasta donde ya no había pista asfaltada, el camino entonces se convirtió en tierra afirmada y finalmente se acabó el camino llano y comenzaron las escaleras. Estábamos subiendo el cerro y la única forma de hacerlo con una pendiente tan pronunciada era con escaleras.  Al pie estaba el material que debíamos subir, arena y piedra en cantidades que lucían bastante manejables. Comenzamos a llenar los costales y subimos el material en una cadena humana, una maravillosa cadena humana de solidaridad. La subida era larga y nuestra primera cadena solo llevó el material a la tercera parte de la subida. Pero seguían llegando más personas a quienes recibíamos con mucha más alegría porque el cansancio comenzaba a hacerse notar y se hacía evidente que necesitábamos más manos. Hicimos una segunda cadena y hasta una tercera hasta que llegamos al final de las escaleras. Ese era el final de las escaleras pero no era nuestro destino final. Aún faltaba un último tramo peligrosamente empinado de arena seca muy resbaladiza. Fue cuando vi lo inaccesible del tramo final que me pregunté dónde estaba Dios en todo esto. Fue al hacerme esta pregunta que rompí esta distancia de ayudador / ayudado y me metí en la realidad. Me metí en una realidad que me impactó. Dicen que Dios a veces toca nuestros corazones, pero a mí en ese momento me lo apachurró, me lo estrujó y me lo hizo una bolita. Aproveché que tomábamos un descanso para separarme del grupo con la intención de reponerme del impacto de la realidad y para genuinamente seguir cuestionándome donde estaba Dios. No tengo una respuesta a esa pregunta, supongo que seguiré haciéndomela cada vez que vea una realidad tan dura, pero en parte si me lo pude responder. Yo en ese momento me sentí más conectado con la realidad que nunca, ya no era ajeno, esa realidad que estaba frente a mí me impactaba, me removía, me llegaba, me alcanzaba y me atravesaba. Hubo algo en ese momento que me conecto con todo, llámalo energía, llámalo sentido de unidad, llámalo universo, pero yo prefiero llamarlo Dios. En realidad prefiero llamar el amor de Dios a eso que me conecto con la realidad para vivirla, que es para eso para lo que se me ha dado esta vida, para vivirla. La verdad es que tengo algún recorrido en esta aventura de ayudar a las personas y creo que este amor de Dios ya lo había experimentado antes, pero en una versión de amor más romántico, en donde estaba más enfocado en la alegría que causaba en quienes recibían la ayuda y en cómo me sentía yo feliz de dar, de ayudar, de colaborar. Sin embargo esta vez fue diferente, fue el amor de Dios  pero en una versión un poco más madura, más adulta, o sea si había la alegría de ayudar y de dar, pero ahora se le sumó el amor por compartir, por hacerme sentir parte de esta realidad, por meterme de lleno en una experiencia de vida mucho más profunda, mucho más conectada con todo y con todos, en donde yo no solo soy el ayudador sino que también soy el ayudado, no solo doy, sino que recibo. Y la verdad es que esta vez creo que fui yo quien más recibió. Escribo esto al día siguiente del 3er Domingo Solidario, me duele la espalda y varios músculos, es solo mi cuerpo el que necesita unos días de reposo para estar completamente repuesto. Mi corazón está recargado y mi alma llena, me siento completamente listo para continuar con esta maravillosa experiencia que es vivir, así que desde ya me apunto en la lista para participar en el próximo Domingo Solidario.

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Friday, May 15, 2015

Familia, la que me toca y la que elijo

La verdad es que algunos de mis familiares me caen pesados y no los tolero, si hubiera tenido la oportunidad de escoger, francamente no los hubiera escogido. Si alguien se ofende al leer esto, lo siento, sóbate. Pero es una verdad, y no solo mía, sino que creo que le pasa a todo el mundo, además no es nada nuevo, pero lo más importante de todo es que escribirlo es francamente liberador. Pero por otro lado (porque por suerte siempre hay otro lado) existen algunos familiares que yo si hubiera escogido y volvería a escoger, pero ya no solo como parte de la familia extendida, sino de mi familia más cercana, la más nuclear y vital. Mi primo Martín, es en realidad mi hermano y debería haber tenido ese título, que lo tiene de forma honorífica pero además debería tener el título biológico. Siempre estoy en contacto con él, a pesar de que por cosas de la vida él vive en el otro lado del mundo. Pero ahora con la tecnología podemos estar en comunicación constante, eso se puede ahora, porque pasamos un montonón de años en que ninguno supo nada del otro, pero ahora ya nada de eso importa. Martín me llama cuando se le antoja, me llama mientras maneja bicicleta o mientras hace sus compras hablando en idiomas rarísimos, no me llama por ninguna razón específica, me llama porque ya pasó mucho tiempo sin llamarme y se le antoja hacerlo. Nuestras conversaciones comienzan sin tema, pero siempre terminamos hablando de cosas increíblemente personales y notablemente profundas, siempre musicalizamos nuestras conversaciones con sonoras carcajadas y siempre cortamos porque la vida continua y algo hay que hacer y nos interrumpe. Creo que podemos llegar a ser así de personales e íntimos porque siempre hablamos de nosotros. Cuando le cuento que algo me pasa o que siento, estoy convencido que eso es algo que a él también le pasa y que él también siente. No espero que me entienda o que se ponga en mis zapatos, estoy totalmente convencido de que sus zapatos son iguales que los míos, algo confirmado porque siempre me responde contándome una historia similar en donde en el fondo le pasa lo mismo. Mis historias son sus historias y al final terminamos con una historia en conjunto, que no solamente es de los dos, sino que decimos que es de la familia, y terminamos así riéndonos de nosotros y riéndonos con nosotros. Con Martín me puedo sentir parte de un grupo, de una familia, tal vez este sea el verdadero sentido de familia, uno que va más allá del vínculo biológico o genético. Físicamente no somos dos gotas de agua, me parezco mucho más a otros familiares con quienes no tengo este mismo nivel de conexión. Martín es mi primo por decisión de la vida, pero yo lo he escogido como mi primo favorito, como siempre le digo, pero en la práctica es mi hermano favorito. Me doy cuenta entonces que la familia comienza siendo lo que uno recibe, y que algunas veces no puede cambiar, pero termina siendo lo que uno quiere que sea y con quienes uno quiere que sea. Ahora puedo otorgar títulos familiares honoríficos de acuerdo a mis gustos, pero también de acuerdo a mis necesidades. Si pues, necesidades, no es solo cosa de gustar, sino también de necesitar del otro, de que se vuelva necesario en mi vida y claro, como fue necesario al comienzo de mi vida, cuando yo no podía elegir, eligieron por mí, pero ahora que las cosas son diferentes, tengo la libertad de hacer ciertas modificaciones, ajustes y cambios. Y la verdad, es que creo que nada de esto es nuevo, y que todos lo hacen. Pero escribirlo, ponerlo en blanco y negro lo hace más consciente, más claro, me hace más libre, más integrado. No tengo que querer a quienes me caen pesados, tengo que lidiar con ellos porque son "familia", pero por otro lado, si puedo querer a quienes me caen bien y con quienes disfruto compartir la vida y que son parte de mi familia honorífica porque los necesito.

A todos los que son parte de mi familia honorífica les agradezco la vida. Si sientes mi genuino agradecimiento en tu corazón ahora mismo que acabas de leerme, ten por seguro que eres un miembro importante de mi familia honorífica. Pero por si acaso estés confundido y no sabes si me estoy refiriendo a ti, ten por seguro que yo si te he dicho que te quiero mucho, y si no lo he dicho en palabras lo he demostrado en acciones. Pero si aún con eso no sabes si me refiero a ti, de seguro en algún momento te he dicho que eres mi algo, mi hermano/a, mi tío/a, mi primo/a, mi papá/mamá, mi maestro/a, mi profesor/a, mi chochera, mi gente, mi médico-de-cabecera y hasta mi hada-madrina, porque hasta personajes mágico-celestiales tenemos en esta familia. A todos Ustedes mi familia honorífica los quiero y les agradezco inmensamente por ser y por estar.  Sobretodo hoy día más que nunca, porque hoy me he pasado el día enfermo en casa y a ninguno de Ustedes he llamado (o molestado) pero es que recién ahora me doy cuenta que también los necesito, aunque sea para prepararme una sopa de pollo, pero estoy aprendiendo y para la próxima te llamaré, o intentaré hacerlo cuando menos.

Pedro Cotillo (a) "stripper emocional"

Sunday, May 10, 2015

¡Gracias maternidad!

Esta mañana me dijeron: eres una madre. Me lo dijeron porque yo había decidido tomar una decisión personal muy importante basándome solo en mis emociones y en cómo me sentía al respecto. Si convenía o no, si era útil o no, si funcionaba o no, nada de eso me importaba, solo era importante como me sentía. Ese comentario solo me produjo risa y la verdad es que no le tome mucha importancia. Horas más tarde, prendí el televisor para acompañarme durante el almuerzo y siendo víspera del día de la madre fue fácil caer en un especial sobre las sorpresas de los hijos a sus madres y por alguna razón me enganché. Era un programa de esos super emotivos que antes hubiera pasado por alto sin pestañear, pero que ahora me interesó. Y así en medio del arroz chaufa y el pollo con verduras del almuerzo, comencé a reír a carcajadas, y luego pasé a llorar incontrolablemente y luego de vuelta a la risa y así en un carrusel de emociones. Conscientemente me sentía conectado con las personas que veía en los diferentes videos y mis emociones fluían con ellos, entonces entendí que efectivamente me estaba comportando como una madre. Si pues, estaba en contacto con mi lado maternal, entendido como esa capacidad de conectar mis emociones con un otro y para el otro. Todo esto fue solo un ejercicio de calentamiento para la sesión de consejería que tendría solo unos minutos más tarde y que me ayudó a recordar la importancia de la conexión emocional. Si pues, además de todo lo que soy, también puedo ser una madre.

Para mí los segundos domingos de mayo (el Día de la Madre en el Perú) son los días de la maternidad. Saludo y agradezco a todas las personas que con su maternidad me ayudan y ayudan a que este mundo sea mejor. Agradezco a las muchas mujeres maternales que forman parte de mi vida, con quienes me siento cuidado pero sobre todo fortalecido para seguir en el camino. Me han enseñado que puedo ser fuerte y tierno, y que esta maravillosa combinación me hace ser un mejor consejero y una mejor persona. Agradezco a todos los hombres maternales, que me han dado el ejemplo de cómo poder conectar con mis propias emociones. Me han enseñado que ser emocional es un agregado positivo, que sirve de sustento y soporte a todo mí ser mental.

La maternidad cuida, protege, alienta, soporta, sostiene, apapacha, sana, comprende, espera, motiva, fortalece, te da la base para sentirte parte de alguien, y sobre todo de sentir que eres amado incondicionalmente. ¡Gracias maternidad!

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Wednesday, April 29, 2015

Confío o no confío

Manejaba por la Avenida Alfonso Ugarte, en pleno Centro de Lima en hora punta. Carros particulares y buses de transporte público peleábamos por un poco de espacio que nos permitiera poder avanzar. De pronto se pone a mi costado una camioneta, me toca el claxon, y me hace una seña con la mano, así como señalando para el piso. Como estábamos casi detenidos, bajé la ventana del copiloto, puse cara de que no entendía y entonces la persona me gritó: tu llanta, ¡mira tú llanta!. Agradecí la ayuda con la cabeza y levantando la mano, y me predispuse a girar para ponerme a un lado de la calle y revisar que pasaba con la llanta. Logré esquivar más carros y más buses y con suerte llegué al lado derecho donde podía detenerme y cuando lo iba a hacer, se me ocurrió que tal vez me estaban engañando, que lo que querían era que me estacionara para robarme. No lo pensé dos veces y seguí la marcha. Cada vez que podía ponía el carro en neutro y sentía que avanzaba como siempre, así que llegué a la conclusión de que efectivamente ese era un engaño y que bueno que no había confiado en esa persona. Estaba cerca de casa, así que lo mejor sería llegar al estacionamiento y estando en un lugar seguro revisar lo que fuera necesario. Pasado el nerviosismo y aún convencido de que lo que me había ocurrido era un intento de robo, porque efectivamente Lima es una ciudad peligrosa y no conviene confiar en nadie, me puse a pensar que tal vez no sería un robo, sino solo una persona que vio mal. No tenía forma de saberlo hasta llegar a casa, así que lo único que pude hacer fue angustiarme. Llegué a casa, bajé, revisé y era cierto, la llanta estaba un poco baja, no tanto como para que lo notara al momento de manejar, pero efectivamente era una buena idea inflarla lo antes posible. La persona que me había ayudado tuvo una buena intención. Yo había decidido no tomar su ayuda, preferí dudar de este amable desconocido y protegerme de un potencial engaño. Esto me ha hecho preguntarme si quiero seguir viviendo sin confiar en la gente y me respondo que no. Pero como se hace para encontrar el punto medio, ¿cuándo si confiar y cuándo no?. Luce muy seguro aquello de desconfiar en todos los casos, pero emocionalmente no me deja un buen sabor. ¿Cómo me dejo ayudar si no puedo confiar en el otro?. Eso aún yo no lo sé, ¿y tú?.