Sunday, February 24, 2013

Me harté del vaso medio lleno


Creí estar en lo correcto cuando veía todo con optimismo y desde el punto de vista más positivo, encontrándole a todo la explicación más suave y menos dolorosa y convirtiéndome así en el abanderado de la fatídica frase "todo pasa por algo", que utilicé demasiadas veces como una sentencia irrefutable. Porque claro, ese "algo" no era importante descubrirlo, el objetivo de la frase era solo salir de la incómoda incertidumbre, pasó por algo y punto final. Además teñía el comentario de religiosidad cuando decía que la voluntad de Dios es incomprensible para los hombres, reafirmando que ese "algo" no solo no era importante, sino que además incomprensible. Craso error.

Me dejé llevar por la cultura de lo positivo, que no ve errores, sino oportunidades de mejora y como yo de manera natural lo veía todo así, entonces pensaba que estaba en lo correcto. ¡Qué iluso!. Frente a la pregunta de ver el vaso medio lleno o medio vacío, olvidé que la polaridad normalmente no es la solución, sino que la verdad más profunda está en la triada, en la ley del tres. A partir de ahora no quiero verlo ni lleno, ni vacío, solo quiero ver un vaso conteniendo agua, porque eso es lo real y es lo que es. Si veo a alguien llorar no quiero ver un dolor insoportable como si fuera la única interpretación, solo quiero ver a una persona llorando, porque tal vez esté experimentando un proceso liberador o podría ser que llore de alegría o por cualquier otra razón que me corresponde experimentar y no cortar. Si veo a alguien reír no quiero ver la alegría como única interpretación, solo quiero ver a una persona riendo, porque tal vez sea una expresión genuina de alegría o una máscara que cubre mucha infelicidad, pero sea lo que sea, yo solo quiero verlo y cuando lo tenga enfrente experimentarlo de la manera más humana posible.

Cuando leí de niño que Dios había creado al hombre para que sea feliz, yo entendí que la meta era más o menos como que la vida debía ser un taller de risoterapia. Me ha costado muchos años ampliar mi concepto de felicidad y ahora se parece más a la satisfacción mezclada con paz interior. Quiero ser feliz, pero no quiero ser el de la risa fácil y el chiste ligero y oportuno. Quiero ser feliz, pero no quiero experimentar la alegría como única emoción posible, quiero atravesar todo el rango de emociones que me da mi condición de ser humano. Quiero ser feliz, pero no quiero estar atrapado en un mundo edulcorado en donde el dolor motivador es erradicado o el llanto liberador deba ser controlado inmediatamente.

Mientras que el mundo que me rodea trata de enseñarle a todos como ser positivos, yo quiero dejar de serlo. Si pues, tal vez esté un poco loco, pero acaso no son los locos los más felices. Yo creo que sí. Estoy dispuesto a pagar el precio, pago con mi positivismo para conseguir a cambio una realidad que me lleve a la felicidad.

Wednesday, February 6, 2013

El príncipe campeón


Tomás va nerviosamente a hablar con el cura que le enseña religión en el colegio y le cuenta que su Mamá no lo quiere. El cura se conmueve de esta dolorosa confesión, suspira profundamente porque sabe lo importante que es encontrar las palabras correctas y para ganar algunos segundos le pide que se siente a su lado. Tomás lo mira nervioso, no sabe si lo que ha hecho es correcto. El cura es algo así como un supervisor de Dios en la tierra, es además quien le enseño que son los pecados. No está seguro si su Mamá estaría cometiendo alguno, pero tal vez si y  bueno, él quiere a su Mamá y tampoco la quiere meter en problemas. Pero por otro lado el cura reza todas las noches y su Mamá le ha dicho que quien lo hace recibe de Dios las lecciones para ser un niño bueno, así que está hablando con una persona buenísima, ¿no?. El cura deja de mirar al frente, voltea, mira a Tomás y le pregunta: ¿tendiste tu cama hoy?. Tomás no se lo esperaba, ¿qué tiene que ver la cama en este asunto?. Piensa, trata de recordar y no está seguro de si la empleada la tendió, porque él no lo hace, pero para esa hora fácil que si estaría tendida, sin embargo la pregunta es si él lo ha hecho. Baja la mirada y con la cabeza dice que no. El cura vuelve a preguntar: ¿y entonces como esperas que tu Mamá te quiera?.

Natalia es una niña muy inteligente para su edad, o eso es lo que dicen sus padres. Tiene mucho ingenio y siempre encuentra la forma de resolver sus problemas. Además hace gala de gran fortaleza y liderazgo cuando está en grupo. Aunque solo tiene 7 años, sus padres están convencidos de que Natalia será un éxito en la vida, así que creen que solo deben acompañar su crecimiento porque la niña va en la dirección correcta. Pero como la excepción es la que confirma la regla, ella está teniendo problemas en amarrarse los pasadores de los zapatos. Solo la primera vez el padre quiso enseñarle, pero ella dijo que podía sola y él la dejó. No lo hizo bien la primera vez pero terminó haciendo algo funcional que ahora repite, no dura mucho el nudo y ella tiene que atárselos muchas veces durante el día. Los padres notaron sus dificultades al comienzo e incluso la Mamá intentó enseñarle una segunda vez, pero ella insistió en que podía sola y no volvieron a intervenir. En realidad no volvieron a notar el problema. Natalia se frustra todas las mañanas porque no termina de aprender a amarrarse bien los pasadores, sus padres no lo notan y ella no es capaz de pedir ayuda. Cuando se lo enseñaron en el colegio ella se quedó con dudas pero la vergüenza de no ser la primera en aprenderlo la obligó a no preguntar. Todos sus amigos aprendieron y al parecer lo hacen bien, pero ella necesitaba más tiempo y no se lo dieron, porque la profesora también considera que Natalia es una niña destacada y mucho más capaz que el resto.

Alfredo está muy confundido. Hoy en la mañana sus amigos del colegio lo golpearon. Está con el uniforme sucio y lleno de barro porque para su mala suerte, el parque donde siempre lo golpean acababa de ser regado y estaba todo mojado. No es la primera vez que esto le pasa, sucede con frecuencia y sus padres no lo saben porque al regresar a casa lo ayuda la empleada. Ella lo cambia, lava el uniforme, cose las partes rotas, lo baña y lo deja limpio y perfumado para cuando lleguen sus padres después de trabajar. Mamá lo saluda diciéndole “príncipe”. Papá lo saluda diciéndole “campeón”. Él sabe que ni a los príncipes, ni a los campeones los golpean como a él. Le comentó a la empleada sobre decirle a sus padres de las golpizas, pero ella le recomendó callar para no molestarlos. Él creía que la empleada tenía razón pero valía la pena hacer el intento, así que por si acaso se le ocurrió contar la historia como si le estuviera sucediendo a un amigo a quién él quería aconsejar. Mamá se puso muy nerviosa, se levantó y gritando le preguntó si eso le pasaba a él para llamar inmediatamente al colegio. No pues, un escándalo le hubiera causado más problemas. Papá también se puso nervioso y muy enfurecido le dijo que su amigo debía agarrar a todos a golpes, porque los hombres arreglan sus problemas a golpes. No pues, él ya había intentado golpear a sus agresores, pero eran demasiados y algunos mayores y más grandes que él así que le parecía una tarea imposible. Finalmente sus padres le volvieron a preguntar pero ahora en un volumen más alto que si la historia que contaba era de él o de si de verdad se trataba de su amigo. “Príncipe, dime la verdad”, le dijo Mamá. “Vamos campeón, confía en tus padres”, le dijo Papá. Él puso su mejor sonrisa de príncipe y dijo: no mamá. Apretó un poco los puños y puso su mejor cara de campeón y dijo: como se te ocurre, papá.

Tomás nunca quiso tener hijos, pero Natalia le insistió. El argumento inicial fue que ella quería concretar el fruto de su amor, pero él no pudo procesar esas palabras. Finalmente ella le dijo que su reloj biológico se lo demandaba y había decidido hacerle caso, así que con él o sin él ella sería madre y si quería se sumaba al proyecto. Natalia es el amor de su vida, de eso Tomás está seguro y la vida lo ha hecho esperar más de cuarenta años para encontrarla, así que dejarla no es un lujo que él quiera darse, por lo que finalmente aceptó. Cuando Alfredo llegó al mundo fue la máxima alegría de sus padres, aunque también motivo de preocupación. Cuando ellos fueron niños tuvieron muchos problemas por lo que consideraron falta de afecto. Sin embargo es un tema que ambos han trabajado y así fue precisamente como se conocieron, en la sala de espera del psicoterapeuta que para entonces compartían. Cuando concretaron la idea de la paternidad de algo estaban muy seguros, colmarían a su hijo de todo el amor que ellos fueran capaces de entregar, de manera sostenida y abundante, tanto que el niño que tuviera la suerte de llegar a su familia nunca jamás pudiera dudar del afecto infinito de sus padres. Natalia decidió llamarlo “príncipe” y Tomás “campeón”, como para darle un balance más masculino. Fue así como Alfredo desde siempre se sintió el “príncipe campeón” de sus padres. De sus padres, pero no del resto y menos aún de sus amigos del colegio.