Tuesday, November 24, 2015

Un Domingo Solidario con las Hermanas Reparadoras

Participar en el 3er Domingo Solidario que organizan las Hermanas Reparadoras ha sido una experiencia gratificante, enriquecedora, movilizadora y profundamente humana. Conocía del trabajo que ellas realizan y aunque me habían invitado en ocasiones anteriores recién esta vez pude asistir. La invitación era breve: participa con nosotras en la construcción de una casa en las alturas de la Ensenada (Puente Piedra). Cuando acepté la invitación creía que era yo el que ayudaría a alguien, para pensar así había generado una división, por un lado estaba yo, quien era capaz de ayudar y por otro lado, quien necesitaba de la ayuda. Por una parte es real, existe esa división, pero también existe algo que es común y que une ambas partes, ese algo que solo vine a descubrir ese mismo día, mientras cargaba la arena y las piedras, es decir, allí mismo en la acción solidaria. Comenzamos el día tomando desayuno juntos, comíamos rico mientras recibíamos a los que iban llegando, todos con el mejor espíritu y la mejor disposición. Yo no conocía a la mayoría, pero el que tuviéramos una tarea común nos hermanaba, cuando menos por ese día, así que los saludos desde un inicio eran fraternales. Sintiéndome alegre de ayudar y acompañado de las mejores personas nos pusimos manos a la obra, subimos por un camino de pista asfaltada y aún sin veredas, seguimos subiendo hasta donde ya no había pista asfaltada, el camino entonces se convirtió en tierra afirmada y finalmente se acabó el camino llano y comenzaron las escaleras. Estábamos subiendo el cerro y la única forma de hacerlo con una pendiente tan pronunciada era con escaleras.  Al pie estaba el material que debíamos subir, arena y piedra en cantidades que lucían bastante manejables. Comenzamos a llenar los costales y subimos el material en una cadena humana, una maravillosa cadena humana de solidaridad. La subida era larga y nuestra primera cadena solo llevó el material a la tercera parte de la subida. Pero seguían llegando más personas a quienes recibíamos con mucha más alegría porque el cansancio comenzaba a hacerse notar y se hacía evidente que necesitábamos más manos. Hicimos una segunda cadena y hasta una tercera hasta que llegamos al final de las escaleras. Ese era el final de las escaleras pero no era nuestro destino final. Aún faltaba un último tramo peligrosamente empinado de arena seca muy resbaladiza. Fue cuando vi lo inaccesible del tramo final que me pregunté dónde estaba Dios en todo esto. Fue al hacerme esta pregunta que rompí esta distancia de ayudador / ayudado y me metí en la realidad. Me metí en una realidad que me impactó. Dicen que Dios a veces toca nuestros corazones, pero a mí en ese momento me lo apachurró, me lo estrujó y me lo hizo una bolita. Aproveché que tomábamos un descanso para separarme del grupo con la intención de reponerme del impacto de la realidad y para genuinamente seguir cuestionándome donde estaba Dios. No tengo una respuesta a esa pregunta, supongo que seguiré haciéndomela cada vez que vea una realidad tan dura, pero en parte si me lo pude responder. Yo en ese momento me sentí más conectado con la realidad que nunca, ya no era ajeno, esa realidad que estaba frente a mí me impactaba, me removía, me llegaba, me alcanzaba y me atravesaba. Hubo algo en ese momento que me conecto con todo, llámalo energía, llámalo sentido de unidad, llámalo universo, pero yo prefiero llamarlo Dios. En realidad prefiero llamar el amor de Dios a eso que me conecto con la realidad para vivirla, que es para eso para lo que se me ha dado esta vida, para vivirla. La verdad es que tengo algún recorrido en esta aventura de ayudar a las personas y creo que este amor de Dios ya lo había experimentado antes, pero en una versión de amor más romántico, en donde estaba más enfocado en la alegría que causaba en quienes recibían la ayuda y en cómo me sentía yo feliz de dar, de ayudar, de colaborar. Sin embargo esta vez fue diferente, fue el amor de Dios  pero en una versión un poco más madura, más adulta, o sea si había la alegría de ayudar y de dar, pero ahora se le sumó el amor por compartir, por hacerme sentir parte de esta realidad, por meterme de lleno en una experiencia de vida mucho más profunda, mucho más conectada con todo y con todos, en donde yo no solo soy el ayudador sino que también soy el ayudado, no solo doy, sino que recibo. Y la verdad es que esta vez creo que fui yo quien más recibió. Escribo esto al día siguiente del 3er Domingo Solidario, me duele la espalda y varios músculos, es solo mi cuerpo el que necesita unos días de reposo para estar completamente repuesto. Mi corazón está recargado y mi alma llena, me siento completamente listo para continuar con esta maravillosa experiencia que es vivir, así que desde ya me apunto en la lista para participar en el próximo Domingo Solidario.

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