Participar en el 3er Domingo Solidario que organizan las
Hermanas Reparadoras ha sido una experiencia gratificante, enriquecedora,
movilizadora y profundamente humana. Conocía del trabajo que ellas realizan y
aunque me habían invitado en ocasiones anteriores recién esta vez pude asistir. La
invitación era breve: participa con nosotras en la construcción de una casa en las
alturas de la Ensenada (Puente Piedra). Cuando acepté la invitación creía que
era yo el que ayudaría a alguien, para pensar así había generado una división,
por un lado estaba yo, quien era capaz de ayudar y por otro lado, quien
necesitaba de la ayuda. Por una parte es real, existe esa división, pero
también existe algo que es común y que une ambas partes, ese algo que solo vine a
descubrir ese mismo día, mientras cargaba la arena y las piedras, es decir,
allí mismo en la acción solidaria. Comenzamos el día tomando desayuno juntos, comíamos
rico mientras recibíamos a los que iban llegando, todos con el mejor espíritu y
la mejor disposición. Yo no conocía a la mayoría, pero el que tuviéramos una
tarea común nos hermanaba, cuando menos por ese día, así que los saludos desde
un inicio eran fraternales. Sintiéndome alegre de ayudar y acompañado de las
mejores personas nos pusimos manos a la obra, subimos por un camino de pista
asfaltada y aún sin veredas, seguimos subiendo hasta donde ya no había pista
asfaltada, el camino entonces se convirtió en tierra afirmada y finalmente se
acabó el camino llano y comenzaron las escaleras. Estábamos subiendo el cerro y
la única forma de hacerlo con una pendiente tan pronunciada era con
escaleras. Al pie estaba el material que
debíamos subir, arena y piedra en cantidades que lucían bastante manejables.
Comenzamos a llenar los costales y subimos el material en una cadena humana,
una maravillosa cadena humana de solidaridad. La subida era larga y nuestra
primera cadena solo llevó el material a la tercera parte de la subida. Pero seguían
llegando más personas a quienes recibíamos con mucha más alegría porque el
cansancio comenzaba a hacerse notar y se hacía evidente que necesitábamos más
manos. Hicimos una segunda cadena y hasta una tercera hasta que llegamos al
final de las escaleras. Ese era el final de las escaleras pero no era nuestro
destino final. Aún faltaba un último tramo peligrosamente empinado de arena seca
muy resbaladiza. Fue cuando vi lo inaccesible del tramo final que me pregunté dónde
estaba Dios en todo esto. Fue al hacerme esta pregunta que rompí esta distancia
de ayudador / ayudado y me metí en la realidad. Me metí en una realidad que me
impactó. Dicen que Dios a veces toca nuestros corazones, pero a mí en ese
momento me lo apachurró, me lo estrujó y me lo hizo una bolita. Aproveché que
tomábamos un descanso para separarme del grupo con la intención de reponerme
del impacto de la realidad y para genuinamente seguir cuestionándome donde
estaba Dios. No tengo una respuesta a esa pregunta, supongo que seguiré
haciéndomela cada vez que vea una realidad tan dura, pero en parte si me lo
pude responder. Yo en ese momento me sentí más conectado con la realidad que
nunca, ya no era ajeno, esa realidad que estaba frente a mí me impactaba, me removía,
me llegaba, me alcanzaba y me atravesaba. Hubo algo en ese momento que me
conecto con todo, llámalo energía, llámalo sentido de unidad, llámalo universo,
pero yo prefiero llamarlo Dios. En realidad prefiero llamar el amor de Dios a eso que me conecto con la realidad para vivirla, que es para eso para lo que se me
ha dado esta vida, para vivirla. La verdad es que tengo algún recorrido en esta
aventura de ayudar a las personas y creo que este amor de Dios ya lo había
experimentado antes, pero en una versión de amor más romántico, en
donde estaba más enfocado en la alegría que causaba en quienes recibían la
ayuda y en cómo me sentía yo feliz de dar, de ayudar, de colaborar. Sin embargo
esta vez fue diferente, fue el amor de Dios pero en una versión un poco más madura, más
adulta, o sea si había la alegría de ayudar y de dar, pero ahora se le sumó el
amor por compartir, por hacerme sentir parte de esta realidad, por meterme de
lleno en una experiencia de vida mucho más profunda, mucho más conectada con
todo y con todos, en donde yo no solo soy el ayudador sino que también soy el
ayudado, no solo doy, sino que recibo. Y la verdad es que esta vez creo que fui yo quien más recibió. Escribo esto al día siguiente del 3er Domingo Solidario,
me duele la espalda y varios músculos, es solo mi cuerpo el que necesita unos
días de reposo para estar completamente repuesto. Mi corazón está recargado y
mi alma llena, me siento completamente listo para continuar con esta maravillosa
experiencia que es vivir, así que desde ya me apunto en la lista para participar
en el próximo Domingo Solidario.
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