Manejaba por la Avenida Alfonso Ugarte, en pleno Centro de
Lima en hora punta. Carros particulares y buses de transporte público
peleábamos por un poco de espacio que nos permitiera poder avanzar. De pronto
se pone a mi costado una camioneta, me toca el claxon, y me hace una seña con
la mano, así como señalando para el piso. Como estábamos casi detenidos, bajé
la ventana del copiloto, puse cara de que no entendía y entonces la persona me
gritó: tu llanta, ¡mira tú llanta!. Agradecí la ayuda con la cabeza y levantando
la mano, y me predispuse a girar para ponerme a un lado de la calle y revisar
que pasaba con la llanta. Logré esquivar más carros y más buses y con suerte
llegué al lado derecho donde podía detenerme y cuando lo iba a hacer, se me
ocurrió que tal vez me estaban engañando, que lo que querían era que me
estacionara para robarme. No lo pensé dos veces y seguí la marcha. Cada vez que
podía ponía el carro en neutro y sentía que avanzaba como siempre, así que
llegué a la conclusión de que efectivamente ese era un engaño y que bueno que
no había confiado en esa persona. Estaba cerca de casa, así que lo mejor sería
llegar al estacionamiento y estando en un lugar seguro revisar lo que fuera
necesario. Pasado el nerviosismo y aún convencido de que lo que me había
ocurrido era un intento de robo, porque efectivamente Lima es una ciudad
peligrosa y no conviene confiar en nadie, me puse a pensar que tal vez no sería
un robo, sino solo una persona que vio mal. No tenía forma de saberlo hasta
llegar a casa, así que lo único que pude hacer fue angustiarme. Llegué a casa,
bajé, revisé y era cierto, la llanta estaba un poco baja, no tanto como para
que lo notara al momento de manejar, pero efectivamente era una buena idea
inflarla lo antes posible. La persona que me había ayudado tuvo una buena intención.
Yo había decidido no tomar su ayuda, preferí dudar de este amable desconocido y
protegerme de un potencial engaño. Esto me ha hecho preguntarme si quiero
seguir viviendo sin confiar en la gente y me respondo que no. Pero como se hace
para encontrar el punto medio, ¿cuándo si confiar y cuándo no?. Luce muy seguro
aquello de desconfiar en todos los casos, pero emocionalmente no me deja un
buen sabor. ¿Cómo me dejo ayudar si no puedo confiar en el otro?. Eso aún yo no
lo sé, ¿y tú?.
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