"El amor refleja al niño que llevamos dentro. Todos amamos como
niños, pero lo expresamos como adultos". Lowen, A. - Amor y Orgasmo
Él la había invitado a salir pero siempre tuvo la intención de llevarla
a un lugar íntimo y privado. Ella lucía tan inocente cuando le dijo que sí, que
él hasta se sintió un poco culpable de sus intenciones. Llegaron a la recepción
del hotel y ella no pareció asombrarse, él entendía que ella no se daba mucha
cuenta de adonde la llevaba. Al llegar a la habitación él fue muy dulce y
delicado con ella. Había tenido malas experiencias antes y no quería fallar
esta vez. Se había entregado a la pasión las veces anteriores e incluso alguna
lo acusó de tosco y grosero, así que esta vez sería todo un caballero. La llevo
a la cama agarrándola dulcemente de la mano y con mucho cuidado le sacó la
ropa. Tenerla tan cerca le permitía olerla y eso lo excitaba mucho. Ser precoz
era algo contra lo que había luchado y con suerte vencido, así que ya sabía cómo
controlarse en esos momentos. De seguro sería de las primeras veces de ella, él
pensó, así que sería mejor ir despacio para no asustar a la presa. Y es que así
era como él se sentía, como una fiera a punto de devorar a su presa, pero esta
vez vestiría a su fiera con ropas de caballero. Una vez que ella estuvo desnuda
la llevó con ternura a la cama y se arrodillaron uno frente al otro. Él la
tocaba tierna y suavemente. Disfrutaba centímetro a centímetro de la suavidad
de su piel y podía sentir como ella se estremecía de las ganas contenidas. Él
pegó su pecho contra el de ella y entonces la temperatura comenzó a subir, se
acercó aún más y sintió como su firme erección era lo único que separaba sus
cuerpos. No quería asustarla con movimientos toscos o bruscos, así que se movía
lentamente, como una fiera que espera pacientemente a que se acerque su presa.
Una vez que la recorrió toda con las manos, sentía que ya no podía más. La suavidad
de su piel y la formas de sus curvas lo tenían loco y él se controlaba por
tratarla como la señorita que era. Con mucho cuidado la echó sobre la cama, se
aseguró que estuviera cómoda, incluso arreglo su pelo sobre la almohada y con
delicadeza se colocó sobre ella. Le dijo que no tuviera miedo, que él sabía lo
que hacía y que nada le iba a doler. Tuvo la precaución de ponerse el condón rápidamente
para que ella no se sintiera abandonada o sola y regresó rápidamente a la
escena. Se colocó sobre ella, con mucha paciencia separó sus piernas y comenzó
a penetrarla con suavidad. Hizo su mejor esfuerzo por moverse lentamente y así
controlar la pasión que lo invadía, para así darle tiempo de disfrutar a ella,
pero no pudo mantenerlo durante mucho tiempo y finalmente llegó a un clímax
ensordecedor que le hizo gritar descontroladamente por tanta pasión contenida.
Él había sentido que eso era lo más cercano que había estado de hacer el amor.
Se sintió más humano que nunca y terminó sintiéndose enamorado de ella. Era su
momento de dejar de tener solo sexo y comenzar a sentir amor. Se sintió
satisfecho de su desempeño y se despidió de ella asegurándole que la llamaría
al día siguiente.
"El amor promete la satisfacción que la sexualidad ofrece".
Lowen, A. - Amor y Orgasmo
Tener la cara de niña buena le había servido, pero ella pensaba que ya
era el momento de convertirse en una mujer. Había dejado de ser virgen hacía
muchos años atrás pero aún los chicos le preguntaban si seguía siéndolo. Al
comienzo fue divertido decir que sí, pero ya estaba harta que la trataran como
una princesita delicada. Así que comenzó a decir que no, que de virgen no tenía
nada, a ver si el hombre que tenía al frente se daba por enterado que ella era
una mujer y necesitaba de un macho que la hiciera sentir por dentro. A ella le
parecía que él podía ser ese macho, se le veía musculoso y con buen físico. El
luego le explicaría que en realidad era muy inseguro y su psicólogo le había
recomendado el gimnasio para mejorar su auto-estima. Pero ella pensaba que de
algo le habría servido el psicólogo porque a la segunda cita él ya le había
dicho para ir a un telo. Aunque él en realidad le había dicho que quería darle
una sorpresa en un lugar íntimo y privado, pero ella tenía claro a lo que iba.
Al llegar el sitio le pareció perfecto, era un hotel muy venido a menos en
donde de seguro los casados traían a sus amantes, así que era el lugar perfecto
para liberarse al placer sin mucho prejuicio. Entró a la habitación ligeramente
asustada pero dispuesta a entregarse a la faena. Para su sorpresa él le agarró
la mano demasiado suavemente. Ella entró en dudas de las habilidades amatorias
de él, pero se esperanzó nuevamente pensando que sería mejor si se dejaba
guiar. Decidió entonces irse por territorio conocido, es decir, poner cara de
inocente y dejarse llevar. De seguro hacerla de niñita virgen podría encender a
su hombre. Él parecía que se movía torpemente y sin haberle dado un beso
comenzó a quitarle la ropa. Ella lo dejó, pero la situación comenzó a parecerle
algo graciosa. Cuando la llevo a la cama de la mano, a ella se le ocurrió que
aunque este chico tuviera formas algo raras, seguía teniendo el físico del
macho caliente que ella necesitaba, así que se dejó llevar. El sentir las manos
heladas de él sobre su cuerpo, solo pudo hacerla sentir cosquillas. Pero cuando
él le susurró al oído: "sé que tiemblas de placer", entonces no pudo
más y soltó una pequeña carcajada. El reaccionó abrazándola con fuerza y ella
pensó que entonces la faena ahora si empezaría en serio, pero nada. Ella
comenzó a pensar en otras cosas producto del aburrimiento hasta que volvió a la
escena en el momento en el que él la echaba en la cama. Ahora si ya tenía que
arrancar lo bueno, pensó ella. Las manos torpes, ásperas y frías de él no
habían provocado en ella nada más que cosquillas, pero aún mantenía la
esperanza de un encuentro memorable. El momento que estuvo esperando llegaba,
ella necesitaba un macho que pudiera poseerla y llenarla toda por dentro y no
un príncipe encantado con formas y maneras afeminadas. Sintió el miembro de él
entre sus piernas y pensó que lo mejor sería relajarse para disfrutar del
momento. Él de repente se puso el preservativo y nuevamente se lo colocó entre
las piernas. Ella no sabía si era un error, si él no se había dado cuenta o si
solo era un calentamiento previo. Pero el comenzó a agitarse afiebradamente y
unos pocos segundos después gritó. En realidad más que un grito a ella le sonó
como un chirrido estridente y muy incómodo. Ella no pudo más y le dijo: ¿y yo?,
pero él pareció no escucharla. Entonces toda esperanza se esfumó, no había
encontrado a ese macho que lograría estremecerla y la verdad es que ya no sabía
qué hacer. Había usado la estrategia de la niña virgen sin éxito, pero ahora
que intentó ser la fácil que se va a la cama sin reparos, el resultado era el
mismo. Estaba pensando en esto cuando él se despidió y logró escuchar cuando él
le decía que la llamaría al día siguiente, inmediatamente le respondió que no
lo hiciera, pero en realidad solo lo pensó, no tuvo el coraje de decírselo.
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